Recientemente, durante una cena informal con algunas personas, la conversación llevó a uno de los comensales a hablar de su experiencia infantil y adolescente en una escuela católica en los años sesenta. El cuadro fue devastador. Aunque algunos elementos eran comunes al ambiente general de las escuelas de la época, había algunos que eran específicamente de contenido religioso, como por ejemplo la insistencia sobre la condición pecaminosa de los humanos y la obsesión con el tema sexual en las confesiones sacramentales. Se trataba de una persona que conozco y aprecio, y por eso me dolió todavía más darme cuenta hasta qué punto aquellos años oscuros, envueltos de elementos pseudocristianos, le hicieron alejarse completamente de la práctica religiosa, aunque ha mantenido hasta ahora el deseo de Dios.
Hace pocos días, en el programa El Divan de Sílvia Coppulo en TV3, Àlex Rovira, excelente comunicador de un mensaje profundamente humanista, afirmaba con contundencia que creía en Dios como Amor y no creía en un Dios como el que habían enseñado e impuesto «hombres vestidos de negro». Otro grito de protesta contra el nacionalcatolicismo, que ha provocado que millones de conciudadanos nuestros se sientan inmensamente distantes de la Iglesia y, pese a tener a veces inquietudes religiosas, no busquen en el contexto eclesial una respuesta a sus interrogantes y a sus anhelos.
El verano es una época para revisar estrategias e ir construyendo nuevos proyectos; y es en la escucha atenta de lo que el Espíritu nos indica, también a través de hermanos nuestros, que captamos nuevas posibilidades de ensanchar la irradiación evangélica a nuestro alrededor. Hay que concienciarse de la pluralidad de la sociedad actual, pero también es preciso saber que hay muchos que están quemados con la Iglesia por experiencias pasadas negativas, y que necesitamos crear espacios vitales donde permitir que todo lo que ha hecho daño pueda salir, y así dar paso a un nuevo anuncio liberador del verdadero rostro de Dios: un Dios que no es castrador ni controlador, sino fuente inagotable de Amor que en la humanidad de Jesús se ha manifestado en toda su radical bondad.
Cinto Busquet