Economía y Comunión

Indigna y entristece la intención de Donald Trump de aumentar el gasto militar de Estados Unidos, recortando los presupuestos de partidas sociales y medioambientales. Sin ninguna vergüenza, expresa su deseo de volver a ganar guerras y propugna consolidar la economía estadounidense con una nueva política armamentista. No es una cuestión de política interna ni un asunto menor. El mundo entero se resentirá, porque si la industria bélica tiene que funcionar, es necesario que se vendan más y más armas, y manos ocultas espolean conflictos en las regiones más vulnerables del mundo.
Los creyentes y todas las personas de buena voluntad no podemos ignorar esta nueva amenaza y debemos proponer modelos alternativos de una economía global que se fundamente en mecanismos que estimulen y garanticen el bienestar y la estabilidad de todos, más que favorecer el enriquecimiento de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos.
Recientemente el papa Francisco ha recibido en el Vaticano a 1.200 empresarios, jóvenes y estudiosos de la Economía de Comunión, un proyecto osado que nació hace 25 años en el ámbito del Movimiento de los Focolares, y que desde hace tiempo ha suscitado el interés del Papa, ya que la iniciativa une dos conceptos —economía y comunión— que normalmente la cultura actual mantiene separados y a menudo considera opuestos. Les ha animado diciéndoles que la economía y la comunión son más bellas cuando van juntas; por supuesto la economía se embellece, pero también la comunión «porque la comunión espiritual de los corazones todavía es más plena cuando se convierte en comunión de los bienes, de los talentos, de los beneficios».
Francisco ha denunciado que el dinero se convierte en un ídolo cuando se considera un fin en sí mismo, y ha indicado que la mejor manera y la más concreta de no convertirlo en un ídolo es «compartirlo con los demás, especialmente con los más pobres». Poniendo ejemplos muy actuales, ha criticado duramente la hipocresía del capitalismo como sistema económico que genera inevitablemente víctimas, aunque se quiera presentar con un rostro amable tratando de compensar en parte los daños que ocasiona. Y ha animado a los promotores de la Economía de Comunión a ser fieles a su carisma, no solo ocupándose de las víctimas, sino «construyendo un sistema en el que las víctimas sean siempre menos y por el cual llegue un día en que ya no haya». Un «no» muy claro, pues, a una economía que mata, para decir un «sí» muy convencido a una economía que hace vivir y hace vivir bien, no solo a unos pocos sino a todos.

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