Transparencia en la Iglesia

La detención en el Vaticano de Paolo Gabriele, el ayudante de cámara del papa Benedicto, así como la destitución fulminante de Ettore Gotti Tedeschi como presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), organismo financiero que ejerce como banco vaticano, han provocado en las últimas semanas todo tipo de conjeturas sobre supuestos choques de intereses y guerras de poder en el interior de la Ciudad del Vaticano. El goteo de documentos pontificios confidenciales hacia los medios de comunicación ha alimentado intencionadamente una imagen turbulenta y poco evangélica del gobierno central de la Iglesia universal, presentando al Pontífice como un hombre aislado e insuficientemente informado, sometido a las presiones de grupos opuestos.

Los que nos tienen acostumbrados a la crítica fácil hacia la jerarquía eclesiástica y el Papado en concreto, han tenido una buena oportunidad para volver a proponer sus tesis sobre el anacronismo de ciertas estructuras vaticanas y para dibujarnos la curia romana como un nido de víboras venenosas o una guarida de lobos hambrientos. En este nuevo intento de caricaturizar a la Iglesia, sin embargo, la grandeza moral de Benedicto XVI y la credibilidad incuestionable de la Santa Sede en su conjunto, a pesar de que su gestión administrativa y económica pueda ser probablemente mejorada, se han visto sin duda reforzadas.

En la audiencia general del 13 de junio, comentando a san Pablo que escribe que es más fuerte precisamente en la debilidad por la potencia de Cristo (cf. 2Co 12,8-10), el Papa afirmaba: «El Señor no nos libra de los males, más bien nos ayuda a madurar en los sufrimientos, en las dificultades, en las persecuciones (…) No es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes, de nuestras capacidades lo que realiza el Reino de Dios, sino que es Dios quien obra maravillas precisamente a través de nuestra debilidad, de nuestra insuficiencia al encargo recibido.»

Quien tiene una mirada de fe sobre los acontecimientos y quien vive de fe, sabe que todo puede contribuir en último término a un bien mayor. Escándalos e intrigas no vienen de Dios, pero pueden transformarse en una circunstancia que favorece la conversión y ayuda a entender mejor lo que Él quiere. Ciertamente, también la Iglesia como institución tiene siempre necesidad de renovarse y purificarse a la luz del Evangelio, y una mayor transparencia en las dinámicas de gobierno y en la administración de los bienes y de los recursos ayudará a la Iglesia a ser más creíble en el contexto actual. No hemos de tener ningún miedo de quien cree poder dañarnos difundiendo informaciones más o menos tendenciosas, «porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse» (Mt 10,26).

Cinto Busquet
La Seu d’Urgell, junio 2012

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