He tenido recientemente ocasión de realizar una estancia de algunos días en Turquía, repartidos entre Estambul y la antigua ciudad de Éfeso. He podido visitar algunos lugares emblemáticos, y he regresado enriquecido de la profunda experiencia espiritual que he podido hacer, reviviendo el glorioso pasado cristiano de aquellas tierras y abriéndome a la espiritualidad musulmana que impregna su presente.
Tengo que reconocer que, antes de ir, a pesar de atraerme aquel mundo y su historia, incubaba sin darme cuenta ciertos recelos y prevenciones hacia el pueblo turco, condicionado inconscientemente por lo que ha representado para la Europa cristiana «el peligro turco» desde finales de la Edad Media. Aunque hace muchos años que me esfuerzo en no tener prejuicios contra personas ni colectivos, y pensaba que no tenía ninguno hacia los turcos, ha sido cuando he tenido la oportunidad de conocerlos de cerca y apreciar más su trato, que me ha sorprendido descubrir que los llevaba dentro bien escondidos.
Cuando miramos a los demás a distancia y creemos saber de qué pie calzan, muy fácilmente podemos caer en desconfianzas, más o menos manifiestas, que no nos permiten captar el verdadero valor que poseen. Con el mundo islámico, en general, tengo la impresión de que, cuando no se ha tenido un contacto personal significativo con musulmanes que vivan genuinamente su fe, se puede correr el riesgo de mantenerse a menudo a la defensiva o incluso en una actitud veladamente hostil.
Coincidí en Estambul con Mustafá Cenap Aydin, amigo musulmán de aquella ciudad pero residente en Roma desde hace algunos años y muy metido en estudios interreligiosos y actividades interculturales. Poder mirar a su gente y su entorno con sus ojos y acompañarlo silenciosamente en la oración de la tarde en una antigua iglesia reconvertida en mezquita, me permitió comprobar una vez más que, donde hay interés sincero de los unos por los otros y experiencia compartida de Dios, no hay lugar para los descréditos y los miedos.
Ciertamente, no se trata de ser ingenuos y hay que estar atentos con las expresiones fundamentalistas de la fe islámica; pero tanto en nuestro país como a nivel global, será un conocimiento mayor entre musulmanes y cristianos, querido y buscado, lo que hará a los unos y a los otros superar viejos estereotipos y dará a todos una capacidad mayor de confiar en los demás, más allá de las diversas creencias y los distintos parámetros culturales.
Cinto Busquet
Puigcerdà, octubre 2013