Todos los colectivos anónimos los podemos percibir inconscientemente como una amenaza para nuestra seguridad y nuestros intereses. Todos los grupos humanos, cuando los reconocemos a través de personas concretas que hemos conocido y tratado, se vuelven familiares, y su problemática nos interpela y nos exige una toma de posición posiblemente empática y razonada.
En algunas poblaciones de Cataluña que acogen a menores extranjeros no acompañados (MENA), desde algunos sectores se han suscitado, más o menos abiertamente, auténticas campañas con la finalidad de demonizar al conjunto de estos adolescentes llegados a nuestro país en condiciones más que precarias. En El Maresme, hemos vivido varios episodios desagradables en este sentido; y es por eso que en Calella hemos puesto de buen grado locales parroquiales a disposición de los programas de inserción que se están realizando para los sesenta adolescentes magrebíes y subsaharianos que se alojan actualmente en nuestra ciudad.
Recientemente, tuve la oportunidad de hablar cordialmente con un buen grupo de ellos. Mi primer objetivo era que se sintieran bienvenidos, consciente de que detrás de cada uno de ellos hay una historia atormentada de incertidumbres y de varios tipos de pobreza. Ciertamente, entre ellos habrá alguno que alguna barrabasada habrá hecho, no muy diferente de lo que lamentablemente jóvenes de otros colectivos también hacen; pero frente a mí encontré sobre todo seres humanos de dieciséis y diecisiete años que escuchaban atentamente mis reflexiones sobre las grandes potencialidades que tenemos todos a su edad y con quienes pude dialogar respetuosamente.
Sin duda, no hay que favorecer la inmigración de menores, y lo mejor sería, tanto para ellos como para los adultos que se ven obligados a hacerlo, que en su país de origen tuvieran suficientes recursos para salir adelante dignamente sin verse forzados a emigrar; pero una vez están aquí entre nosotros, no tenemos que verlos en bloque como una anomalía a destruir, sino que los tenemos que mirar uno por uno como personas desfavorecidas a las que, precisamente porque son menores, tenemos el deber de ayudar y de acompañar para que puedan abrirse camino y dar lo mejor de ellos mismos de ahora en adelante.
Cinto Busquet