Ramadán islámico y valores compartidos

Este año el Ramadán, el noveno mes del calendario lunar islámico en el que la comunidad musulmana practica el ayuno, cae en pleno verano. Desde el pasado 20 de julio, también en Cataluña, miles de musulmanes inmigrados a nuestro país, durante las horas de sol, se abstienen de comer, beber, fumar y tener relaciones sexuales, conmemorando la revelación del Corán al profeta Mahoma, y por la tarde, después de que el sol se ha puesto, rompen el ayuno con la familia, amigos o vecinos, o bien en los espacios habilitados como oratorios.

En algunas poblaciones donde la asistencia a nuestras iglesias ha menguado visiblemente y en un momento en el que los tiempos litúrgicos inciden poco en la vida social, la presencia y la práctica religiosa de nuestros hermanos musulmanes provocan ciertas perplejidades en un buen sector de la sociedad, incluso pueden llegar a incomodar. En cualquier caso, a todos, creyentes y menos creyentes de tradición cristiana, poco o muy practicantes, nos interpelan de alguna manera y nos recuerdan algunos valores que son importantes para todos.

El portavoz del Consejo Islámico de Cataluña, Mohammed Halhoul, define el Ramadán como un período de una profunda simbología durante el cual «el hecho de sentir en primera persona la privación impulsa al ser humano a sentir el sufrimiento de los demás, y también a compartir, a dar, a ofrecer a quien no tiene», y subraya que esto es especialmente necesario en un tiempo de crisis económica como el actual.

En un contexto mediático en el que se promueve un consumo ilimitado de todo lo que pueda ser fuente de placer y de confort, es beneficioso que nos recuerden que lo que nos hace más libres y más fuertes como personas no es tener y disponer de todo en abundancia, sino ser capaces de ser nosotros mismos teniendo poco y saber compartir con los demás también en situación de precariedad.

La autosuficiencia nos aleja de Dios y de los demás. Sentirnos necesitados de lo más fundamental como puede ser el alimento, nos acerca, porque nos hace buscar su ayuda. El ayuno en sí mismo, como cualquier otra práctica religiosa, no tiene ningún valor si no nos abre el corazón hacia Dios y nos hace más sensibles a las necesidades de los demás. Ahora bien, si renunciamos voluntariamente a cosas lícitas y posibles por amor de Dios y de los hermanos, ciertamente esto nos forja y nos fortalece como creyentes y como seres humanos.

Ojalá el espíritu genuino del Ramadán islámico pueda ayudar a nuestra sociedad de matriz cristiana a recuperar valores como el esfuerzo, la constancia o la continencia, y en conjunto coopere a un estilo general de vida más integrado e integrador, más sobrio y más solidario.

Cinto Busquet
La Seu d’Urgell, agosto 2012

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