La fuerza del perdón

Hace treinta años, un 12 de febrero, en el atrio de la Facultad de Jurisprudencia donde enseñaba, fue asesinado en Roma, por las Brigadas Rojas, Vittorio Bachelet, magistrado de impecable integridad profesional, que se había destacado también como presidente de Acción Católica. Eran años difíciles en Italia, con una fuerte contraposición ideológica y una intensificación del terrorismo revolucionario contra personas significativas del mundo político y las instituciones del Estado. El cardenal Martini definió el sacrificio de Bachelet como un verdadero «martirio laico» que proclamaba los valores de la libertad y de la democracia, de la justicia y de la paz. Hacía tiempo, de hecho, que era consciente del riesgo que corría y no por eso se echó atrás en su compromiso civil y eclesial.

Las palabras de su hijo Giovanni durante el funeral han sido de nuevo recordadas por varios medios de comunicación italianos con motivo de este aniversario: «Oremos por los que han matado a mi padre para que, sin quitar nada a la justicia que debe triunfar, en nuestros labios haya siempre el perdón y nunca la venganza, siempre la vida y nunca la petición de la muerte de los demás». El hijo había aprendido de su padre que sólo con el perdón se puede desactivar la cadena explosiva del odio y de la violencia.

Tres años más tarde, el jesuita Adolfo Bachelet, hermano de Vittorio, recibió una carta firmada por dieciocho miembros de las Brigadas Rojas. Hombres y mujeres que se habían manchado las manos de sangre, le pedían un encuentro en la cárcel. «Recordamos muy bien las palabras de su sobrino durante los funerales de su padre», le escribieron, porque fue en ese momento cuando «de verdad fuimos derrotados de forma enérgica e irrevocable». Le confesaron que su lucha armada fue aniquilada, más que por la acción enérgica de las fuerzas de seguridad del Estado y el encarcelamiento de muchos terroristas, más bien por el «choque frontal entre nuestra deshumanización y ese signo vencedor de paz».

En una entrevista publicada poco antes de morir, Vittorio Bachelet decía que «cuando el arado de la historia cava en profundidad hay que esparcir buena semilla y la buena semilla es la palabra de Cristo liberador, muerto y resucitado por nosotros». Ejemplos como el suyo nos animan a sembrar con creces los valores del Evangelio, sobre todo con la coherencia de una vida capaz de transformar el mundo con el amor radicalmente vivido y el perdón siempre ofrecido.

Cinto Busquet
Roma, febrero 2010

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