Los jóvenes y la glocalidad

La Jornada Mundial de la Juventud ha traído a numerosos jóvenes de todo el mundo a nuestra tierra. Desde hace meses, muchos voluntarios han preparado con generosidad y entusiasmo su acogida, y la celebración de este gran acontecimiento eclesial, en su fase inicial en los obispados y con Benedicto XVI posteriormente en Madrid, es sin duda un momento fuerte de gracia que infundirá esperanza y dará nuevas energías a nuestras comunidades, especialmente a los jóvenes.

Se han alzado voces críticas una vez más, también dentro de la Iglesia, sobre la oportunidad y la conveniencia de invertir tantos esfuerzos humanos y materiales en la realización de una manifestación multitudinaria de estas características, pero también una vez más, los jóvenes que han respondido a la llamada del Papa a vivir unos días intensos de profundización de la fe cristiana con coetáneos de las más variadas culturas y lenguas, han demostrado que esta cita periódica de los jóvenes con él continúa manteniendo plenamente su sentido.

He participado como acompañante en cuatro JMJ. Hace ahora veinte años, acudí con jóvenes japoneses a Czestokowa, y cuatro años más tarde a Manila. Hace seis, con jóvenes italianos a Colonia. Este año a Madrid con los catalanes. He podido, pues, vivir la JMJ desde diversas sensibilidades y exigencias, y ser testigo de sus efectos benéficos en el corazón de muchos jóvenes que, a partir de esta experiencia, se han comprometido como cristianos y han acogido la misión que han sentido que el Señor les encomendaba como miembros de la Iglesia.

Vivimos en un mundo global y los jóvenes son especialmente sensibles a la «catolicidad» de la Iglesia. Experimentar la universalidad del mensaje y de la experiencia que propone es importante para consolidar en ellos la propia opción cristiana. Ahora bien, como muy bien han puesto de relieve los sociólogos y los economistas, en el contexto mundial actual hay que pensar y proyectar globalmente, pero para tener realmente incidencia, hay que actuar localmente. Esto es lo que significa el neologismo glocalidad, acuñado en los años noventa.

Después de esta gran vivencia global que hará tomar un nuevo impulso a muchos jóvenes y ha animado a todos los que intentamos hacer camino con ellos, ahora es el momento de sembrar y arar localmente: en las parroquias y en los diócesis, en los movimientos y asociaciones juveniles. El reto es grande en nuestra sociedad, en la que a menudo parece que no logramos conectar con los intereses reales de los jóvenes, pero si mantenemos una mirada global, verdaderamente católica, sabremos encontrar los caminos que nos toca ahora recorrer localmente.

Cinto Busquet
La Seu d’Urgell, agosto 2011

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