Hace dos años, a Asia Bibi, una campesina paquistaní de condición muy humilde, le fue mandado ir a buscar agua mientras trabajaba en unos campos de Penjab. Hasta aquí, nada especial, si no hubiera sido porque Asia es católica y las demás campesinas, en cambio, musulmanas. Las compañeras se quejaron y pidieron que no fuese, porque pensaban que, no siendo musulmana, contaminaría el recipiente, y empezaron a increparla con dureza y a decirle que se tenía que convertir al islam. Para defenderse, la mujer dijo que «Cristo murió en la cruz por los pecados de la humanidad» y les preguntó qué había hecho en cambio el profeta Mahoma por ellas. Este tipo de conversación fue suficiente para que fuese acusada a la Policía de blasfemia contra Mahoma, delito que el artículo 295 del Código Penal de Pakistán condena con la pena de muerte. Efectivamente, después de un largo encarcelamiento, esta mujer de 40 años, madre de cinco hijos, fue condenada a la horca.
El caso recibió la atención internacional, el mismísimo Papa pidió su libertad y varios estados y ONG presionaron en esta dirección. La sentencia no ha sido ejecutada, pero la mujer continúa todavía en la cárcel y se teme por su vida si sale de ella, ya que los fundamentalistas musulmanes ya han advertido cuáles son sus intenciones si es liberada. Mientras tanto, en enero de este año fue asesinado el gobernador de Penjab, Salman Taseer, por defender públicamente su caso y por oponerse a la ley sobre la blasfemia, y el mismo destino tuvo dos meses después en Islamabad el ministro Shahbaz Bhatti, el único cristiano del gabinete paquistaní.
El juez la urgió a convertirse para conmutar la pena, pero Asia dijo a su abogado: «He sido juzgada por ser cristiana. Creo en Dios y en su gran amor. Si el juez me ha condenado a muerte por amar a Dios, estaré orgullosa de sacrificar mi vida por Él». Dos años de cárcel en condiciones muy precarias están afectando la salud de Asia Bibi, pero marido e hijos continúan sosteniéndola y rezando para que la pesadilla acabe. El presidente de la Fundación Masih, que ayuda a los cristianos perseguidos en el país, ha referido recientemente que «se encuentra débil y vulnerable, pero ayuna con regularidad y reza por Pakistán y por los cristianos del país» y que «a pesar de su situación permanece esperanzada y firme en su fe».
Parece inconcebible que, en pleno siglo XXI, alguien pueda ser privado de la libertad y temer por su vida sólo por cuestiones religiosas, pero desgraciadamente esto todavía pasa, y no sólo en Pakistán. Tenemos que ser conscientes de ello y rezar por estos hermanos nuestros, y sensibilizar más a la opinión pública a fi n de que los gobiernos y los organismos internacionales se sientan obligados a trabajar a fin de que la libertad religiosa sea plenamente respetada en todos los Estados del planeta.
Cinto Busquet
La Seu d’Urgell, junio 2011