Los cristianos clandestinos de Japón

El pasado 17 de marzo se celebró en Japón el 150 aniversario del «descubrimiento» de los «cristianos clandestinos», japoneses que después de 250 años de persecución recuperaron la libertad de practicar públicamente su fe.

La historia de la comunidad cristiana en Japón en aquellos siglos oscuros es ejemplar. Los mártires se cuentan a millares y todos los misioneros extranjeros fueron expulsados del país. Después de unos prometedores primeros años de expansión de la fe cristiana, iniciados con la predicación de san Francisco Javier en aquellas tierras, a principios del siglo XVII fue prohibida taxativamente la fe cristiana bajo pena capital para el que permaneciera fiel a ella. El gobierno japonés vio en la nueva religión venida de Occidente una especie de caballo de Troya de los imperios hispánicos que amenazaban la integridad territorial del imperio japonés.

Muchos apostataron de la fe, pero fueron también muchos los que en condiciones muy adversas continuaron de forma escondida como miembros activos de la Iglesia, transmitiendo la fe cristiana de padres a hijos y bautizando a los niños, a pesar de no haber ningún sacerdote entre ellos durante casi tres siglos.

Entre los mártires canonizados hay un grupo de 26 cristianos, sacerdotes y laicos, japoneses y occidentales, adultos y niños, que fueron crucificados en Nagasaki el 5 de febrero de 1597. Recuerdo con emoción las eucaristías conmemorativas, multitudinarias, en las que participé durante los cinco años que viví en Nagasaki, en la colina de Nakamachi, justo encima del puerto de la ciudad, el lugar preciso en el que fueron martirizados.

Hay también un grupo de 188 mártires de las dieciséis diócesis japonesas, beatificados en 2008, que fueron asesinados por odio a la fe entre el 1603 y el 1639. A pesar de la persecución, la comunidad cristiana resistió, disimulando los símbolos cristianos detrás de las imágenes budistas y reapareciendo al descubierto en 1865, cuando Japón volvió a abrir las puertas a los misioneros franceses

El papa Francisco ha subrayado la importancia de su testimonio: «Sobrevivieron con la gracia de su bautismo. Esto es excepcional: el Pueblo de Dios transmite la fe, bautiza a los hijos y va hacia delante. Y mantuvieron, de manera secreta, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo había hecho de ellos un solo cuerpo en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero fueron siempre miembros del Pueblo de Dios, miembros de la Iglesia.»

Desde el país del Sol Naciente, una luz potente sigue brillando hasta hoy también para nosotros, cristianos de Occidente.

Cinto Busquet
La Seu d’Urgell, marzo 2015

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