Cuando nuestra fe tiembla…

Ante el sufrimiento y la muerte que aleatoriamente provocan los desastres naturales, desde la antigüedad el ser humano se ha dirigido a la Divinidad para recibir ayuda y apoyo. En una visión religiosa primitiva en la que las fuerzas divinas podían castigar caprichosa y tiránicamente al mundo, el hombre temía el flagelo divino y, con sacrificios y rituales, procuraba ganarse el favor de los dioses. Con Jesús de Nazaret, esta imagen distorsionada de la Divinidad se supera definitivamente y se arrincona. Con sus palabras y sus obras, con toda su misma persona, Jesús anuncia que, por encima de todas las fuerzas visibles e invisibles, hay un solo Dios omnipotente, y que este Dios es bueno y es Padre de todos. No hay lugar, pues, para el temor sino sólo para el amor.

Ahora bien, si es cierto que ni un solo pájaro cae en tierra sin que lo permita nuestro Padre y que hasta los cabellos de nuestra cabeza los tiene contados (cf. Mt 10,29-30), ¿cómo se puede conciliar la fe en la justicia y la bondad providente de Dios con la constatación de tanto dolor inocente a lo largo de la historia? Esta perplejidad es la que mostró una niña japonesa de siete años a Benedicto XVI en un programa televisivo que la RAI italiana retransmitió el Viernes Santo y que tuvo un gran eco también en nuestro país: «Tengo mucho miedo porque la casa en la que me sentía segura ha temblado muchísimo, y porque muchos niños de mi edad han muerto. No puedo ir a jugar al parque. ¿Por qué tengo que pasar tanto miedo? ¿Por qué los niños tienen que sufrir tanta tristeza?».

El Papa respondió sin dogmatismos y de manera sencilla: «También yo me lo pregunto (…). Y no tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes; sabemos que el verdadero Dios que se muestra en Jesús, está a vuestro lado.» Y le aseguró que no están solos, porque muchas personas de todo el mundo piensan en ellos y quieren ayudarles, y sobre todo porque Dios les ama y no les dejará abandonados ahora que más lo necesitan. Tarde o temprano, le explicó el Papa, entenderemos que «este sufrimiento no era una cosa vacía, no era inútil, sino que detrás del sufrimiento hay un proyecto bueno, un proyecto de amor».

No sabemos por qué ciertas cosas suceden, pero sabemos que podemos vivirlo todo en Dios, incluso una muerte injusta o absurda, y que sólo así encontraremos un sentido a lo que en sí mismo no tendría ninguno. Voltaire, después del terrible terremoto que el día de Todos los Santos del año 1755 destruyó el 85% de los edificios de Lisboa y provocó unas treinta mil muertes, escribió: «Algún día todo será un bien, ésta es nuestra esperanza; hoy todo es un bien, eso es una ilusión.» Jesús, crucificado y resucitado, centro vital del cosmos y de la historia, es el fundamento hoy y siempre de nuestra esperanza en todo momento.

Cinto Busquet
La Seu d’Urgell, mayo 2011

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