“Soy católico, pero no practicante”. Cuántas veces hemos oído frases de este tipo, ¡como si “practicar” como cristiano consistiera sólo en asistir regularmente a misa los domingos! Un cristianismo así entendido, como simple participación en unas ceremonias establecidas, sin duda tiene poco que ver con la experiencia religiosa que Jesús de Nazaret nos propone, siguiendo su ejemplo y acogiendo en nosotros su Espíritu.
Vivir coherentemente como bautizados significa, como Jesús y con Jesús, sumergirse en aquella situación existencial concreta donde los caminos de la Providencia nos han colocado, para ser expresión encarnada del amor del Padre del Cielo hacia los hermanos. Es en este movimiento generoso hacia nuestros semejantes, cuando el Espíritu llena más y más nuestro corazón y el Padre se complace en cada uno de nosotros, reconociéndonos como hijos amados.
Ser cristiano no consiste sólo en ser “buena persona”. Para serlo, ciertamente no son necesarios los sacramentos ni la participación activa en la vida de la Iglesia. Vivir como cristiano explícitamente conlleva ser introducido personalmente en la dinámica trinitaria de la vida de Dios mismo, y como consecuencia de este don, constantemente renovado, convertirse en personas que, allí por donde pasamos, difundimos bondad y positividad, porque Dios está con nosotros.
Y cuando hemos hecho experiencia personal de Dios, gracias al encuentro con Jesús vivo y activo en su Iglesia, el Bautismo y la Eucaristía, y todos los demás sacramentos, se nos presentan como medios preciosos e imprescindibles para crecer y madurar en el camino del amor, plenamente humano y divino, que Jesús ha abierto para nosotros.
Cinto Busquet
Puigcerdá, diciembre de 2013