Judíos, musulmanes y cristianos

La vigilia de oración por la paz promovida por el papa Francisco en los jardines del Vaticano el día de Pentecostés, que reunió de manera insólita en Roma al presidente de Israel Shimon Peres y al presidente palestino Mahmud Abbas, ha sido un acto cargado de un denso simbolismo. Acompañado por el Patriarca de Constantinopla Bartolomé, dando así un testimonio visible de comunión fraterna entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas, Francisco ha hecho posible que israelíes y palestinos, en torno a sus máximas autoridades políticas, se hayan reunido para orar juntos por la paz al único Dios de todos, cada uno según su propia tradición religiosa. Judíos, musulmanes y cristianos, reconociéndose recíprocamente miembros de una misma familia humana, han alabado a Dios por el don de la creación, han implorado su perdón por no haberse tratado como hermanos, y han pedido el don de la paz para Tierra Santa y para todo el mundo.

Los cristianos estamos llamados a ser portadores de paz y de reconciliación, a todos los niveles y en todas partes, y Francisco, a través de esta su iniciativa, nos ha dado pistas muy sugerentes de cómo hacerlo.

En primer lugar, para facilitar el acercamiento de personas en conflicto, hay que salir e ir a su encuentro allí donde estén, respetando sus diferentes sensibilidades y esforzándose para conocer a fondo la situación. Sólo después de haber hecho propias las heridas de cada uno, somos capaces de acoger en nuestro hogar y de invitar a superar divisiones y enfrentamientos. Francisco ha ido a Tierra Santa y se ha arriesgado para demostrar, tanto a israelíes como a palestinos, que entendía su sufrimiento y sus temores; y una vez obtenida la confianza de unos y otros, ha ofrecido su casa como espacio «neutral» para encontrarse.

La imagen del Papa sentado entre los dos presidentes, andando junto a ellos, conversando afablemente con ellos y el Patriarca, es otro mensaje de lo más entendedor: la paz y el diálogo no se construyen desde arriba ni desde lejos, sino estando cerca, poniéndose todos a un mismo nivel.

Y finalmente, cabe subrayar que el Papa no pretendió arreglarlo todo de golpe ni comenzó proponiendo una mesa de negociaciones, sino que invitó a orar. Hay que tener siempre presente que el entendimiento entre las personas y los pueblos, incluso en las circunstancias más desfavorables, llega a ser posible cuando nos abrimos a la dimensión trascendente, donde descubrimos nuestras raíces comunes y desde donde recibimos de Dios la capacidad de perdonar y de mirar juntos esperanzados hacia un futuro más fraterno. Es por eso que, para los creyentes, la oración no es un añadido decorativo al trabajo concreto por la paz, sino que es la fuente donde se alimenta nuestro compromiso por un mundo más justo.

Cinto Busquet
Puigcerdà, junio 2014

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