Category: Escritos propios

Si pudiera reescribir mi vida…          

He cumplido recientemente sesenta años. No me veo como un señor mayor de esta edad. Sin embargo, mirando hacia atrás, son tantas las experiencias y los momentos vividos, que me percato de que efectivamente los años han pasado y que muy probablemente al menos dos tercios de mi vida ya los he gastado. De ser posible dar marcha atrás, ciertamente habría cosas que no volvería a hacer y otras, sin duda, las haría de nuevo con toda la ilusión.

No volvería a dedicar tiempo y esfuerzos en estudios, trabajos o actividades que no me hayan ayudado a madurar como persona y a crecer como cristiano.

No volvería a dar importancia a tonterías que no la tienen ni a preocuparme inútilmente por querer prever anticipadamente lo que el futuro iba a depararme.

No volvería a dejarme arrastrar por la tristeza o el desánimo cuando se cerraron puertas y ventanas detrás de mí y no las veía abrirse enfrente.

Me fiaría más de los demás y de Dios, y desconfiaría más de mí mismo, sobre todo cuando me tocó ver las cosas muy negras y sentirme extremadamente agotado para seguir adelante.

Volvería a soñar frecuentemente que puedo dar mi contribución en hacer más armonioso y humano al menos mi entorno, y a entusiasmarme en proyectos que han mejorado la vida de algunos y en ocasiones de muchos.

Volvería a comprometerme como cristiano que soy, considerando a la Iglesia como mi hábitat privilegiado, desde donde puedo trabajar para que la Luz y la Bondad puedan vencer los embates del Mal y la Oscuridad en la atormentada historia de la humanidad, y en cualquier caso triunfar en mi corazón.

Volvería a decir sí sin condiciones a Jesús, para poder convivir íntimamente con Él y compartir fraternalmente con muchos seguidores suyos la paz y la alegría interiores que Él me ha dado, y para que me mandara adonde quisiera y se mostrara a otros a través mío también.

Volvería a creer que no somos fruto del azar y que quien nos ha llamado a existir vela personalmente por cada uno y por todos. Volvería a esperar que todo puede tener un sentido y que existe Vida Interpersonal en el Más Allá. Volvería a amar, porque sin el Amor todo es vacío y oscuridad.

Cinto Busquet

 


Agentes de transformación

En las parroquias es tiempo de primeras comuniones. Familiares de la chiquillería de catequesis, que se ha preparado más o menos bien para recibir la Eucaristía, llenan nuestras iglesias. Muchos de ellos hace tiempo que no participan en una misa, y para algunos incluso es la primera vez que lo hacen. Hacen jaleo fácilmente si no se les llama la atención, y están más pendientes de las fotos y de los trajes que no de lo que se dice o de lo que se hace. Y en medio de una incapacidad generalizada para captar la profundidad de los signos, repetimos una vez más lo que Jesús hizo en la última cena, cuando, partiendo el pan y compartiendo la copa de vino, quiso hacer entender a sus discípulos que Él había venido al mundo no para imponerse ni para condenar, sino para darse El mismo a fin de que todos tuviéramos vida en abundancia.

Los cristianos, a pesar de las distintas explicaciones que podemos dar de ello según la teología sacramental de nuestras respectivas Iglesias, consideramos el pan y el vino consagrados durante la liturgia eucarística “el cuerpo y la sangre de Cristo”. La tradición católica, desde la baja edad media, ha subrayado insistentemente la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas. Sin embargo, viendo el poco recogimiento interior y las prisas que a menudo acompañan el momento de la comunión de los mismos católicos practicantes, un observador externo podría llegar a la conclusión de que no nos lo acabamos de creer del todo, esto de que Cristo Resucitado se hace realmente presente para nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía.

La fiesta del Corpus nos invita a contemplar y a asumir más conscientemente la realidad del sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. “Tomad y comed todos de Él. Porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”. Jesús no nos da y no nos deja primordialmente una doctrina. Se da Él mismo totalmente. Se da en el cuerpo. Nos da su cuerpo. No son buenas intenciones. Es un don de todo Él en la materialidad de su cuerpo, para que nuestro cuerpo pueda acoger el Espíritu del cual todo su cuerpo está lleno. Y convertirnos así también nosotros, juntos como comunidad unida en su nombre y también cada uno de nosotros, en manifestación real de la presencia de Dios en el mundo, cuerpo de Cristo que continúa dándose a la humanidad de hoy.

Creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y compartir el pan que Él mismo continúa consagrando para nosotros, comporta entre otras cosas comprometernos para la transformación de la realidad. No simplemente proponiendo proyectos o luchando por causas nobles, sino sobre todo dejándonos transformar interiormente por Aquel que nos visita, de manera que nosotros mismos, convertidos en portadores en nuestro cuerpo de su Espíritu renovador, podamos realmente ser agentes de transformación positiva del mundo desde su interior.

La Eucaristía no se puede reducir a una devoción católica más. En la consagración y en la comunión de las especies eucarísticas se concentra, simbólicamente pero a la vez realmente, el núcleo de la fe cristiana: Dios en la persona de Jesús ha entrado plenamente en la historia humana para quedarse. Y mostrarse como Amor que se da y se acoge:  “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.” (Jn 13,35).

Solo si nos amamos realmente los unos a los otros somos creíbles como cristianos. Porque Jesús es el Hijo amado por el Padre; y así como el Padre lo ha enviado a Él, también Él nos envía a nosotros (cf. Jn 20,21). Por la Eucaristía nos une a Él y entre nosotros, nos introduce en el corazón del Padre, nos comunica el Espíritu Santo y nos envía a manifestar y potenciar en todas partes esta dinámica trinitaria de amor que todo lo renueva.

Cinto Busquet


¿Qué es la verdad? ¿Hay una sola?

No es una doctrina en sí misma, no es un concepto, ni mucho menos una institución, no es una ley…

La verdad, ¿existe?

La verdad, ¿existe? ¿Hay una verdad? ¿Es totalmente subjetiva dependiendo del punto de vista, de la perspectiva desde la que miramos la realidad? ¿O realmente hay una realidad, existe y estamos moralmente obligados a buscarla y a vivir de manera consecuente a esta verdad que descubrimos?La verdad para un cristiano es la persona de Jesús, Camino, Verdad y Vida. No es una doctrina en sí misma. No es un concepto, ni mucho menos una instituciónNo es una ley.La verdad es la persona de Jesús: esto implica que la verdad es el amor encarnado. Que la verdad es el amor. Que el amor es la verdad.Quiere decir que fuera de la relación, de la relación amorosa, no hay verdad. Hay solo medias verdades. Hay solo verdades que están desviadas, que son insuficientes.

Porque la verdad no es una cosa u otra. La verdad es cuando una cosa y otra se ponen en relación desde una óptica y una dinámica de amor.

Y es por eso que solo se puede llegar a la verdad desde el Espíritu. Porque el Espíritu, el Espíritu Santo, el de Jesús, es el amor.

Y si este Espíritu vive dentro nuestro, porque es el Amor, no habla por su cuenta. No se impone sino que propone el origen de este amor, aquel que es la fuente del amor: es el Padre quien nos da -por su Hijo encarnado, muerto y resucitado- el Amor, el Espíritu Santo, la Verdad.

Que podamos vivir más y más en la verdad del amor, en la verdad que nace del acogernos los unos a los otros en la verdad, en la verdad de reconocer la verdad del otro e integrarla en la propia verdad.

Porque así la luz brillará más potente, el amor crecerá y la Verdad nos hará libres.