La mirada de los mártires

Este año la Iglesia católica en Japón conmemora el 150º aniversario de la canonización de sus primeros veintiséis mártires, san Pablo Miki y compañeros, que fueron crucificados en la colina de Nishizaka, ante el puerto de Nagasaki, el 5 de febrero de 1597. Se cumplen también ciento cincuenta años de la apertura de la primera iglesia de la época moderna en el país, en la ciudad de Yokohama, después de más de doscientos cincuenta años de persecución sistemática de toda manifestación de fe la cristiana y de aislamiento forzado de Japón del resto del mundo.

Con la llegada de san Francisco Javier a la ciudad de Kagoshima en 1549, empezó lentamente la difusión del cristianismo en tierra nipona, pero dos edictos de prohibición de la nueva religión y de expulsión de los misioneros, en 1587 y sucesivamente uno más riguroso en 1614, truncaron violentamente el proceso de evangelización. Hasta 1873, con la abrogación de aquellos edictos, no fue permitido a los súbditos japoneses adherirse a la Iglesia, pero eso no impidió que, por un lado, muchos de ellos secretamente se mantuviesen fieles a su fe y la transmitieran a los hijos de generación en generación, y por otro lado, miles de ellos públicamente la profesaran hasta derramar la propia sangre.

Los cristianos japoneses son todavía hoy una minoría, cuantitativamente insignificante pero con una presencia cualificada y reconocida en el campo de la educación y de la asistencia social, y el testimonio de sus numerosos mártires les sostiene en su compromiso de vida cristiana y los anima a proseguir la obra de evangelización, en un contexto sociocultural a menudo indiferente y aparentemente impermeable a una visión cristiana del mundo en la que el hombre es invitado a dejarse interpelar por una relación personal con Dios.

Santo Tomás Kozaki, uno de los veintiséis mártires de Nagasaki que con catorce años fue condenado a muerte junto con su padre carpintero, escribió a su madre la vigilia de la ejecución: «Querida madre, papá y yo vamos al Cielo. Allí te esperamos. No te desanimes nunca, ni siquiera en el caso de que todos los sacerdotes sean asesinados. Soporta toda la pena por amor de Nuestro Señor y no olvides nunca que estás en el verdadero camino del Cielo.»

Los mártires hoy, más que por su heroicidad, nos ayudan y son un ejemplo por su capacidad de ver más allá del trágico fin que tenían ante sí. Sabían que la victoria definitiva era de Cristo, y esta convicción les proporcionaba la fuerza necesaria para afrontar esperanzados los sufrimientos y la muerte. Quizás es esta mirada penetrante que logra intuir lo que nos aguarda más allá, detrás de los obstáculos inmediatos, lo que nos hace falta para reavivar nuestra labor evangelizadora.

Cinto Busquet
La Seu d’Urgell, febrero 2012

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