¿Visceralidad o flexibilidad?

Habiendo pasado casi la mitad de mi vida fuera del país, he podido constatar que el sentimiento de pertenencia a un colectivo más o menos grande, que sea un punto de referencia seguro para el individuo, es una necesidad psicológica muy arraigada en todas las personas, sean de donde sean y tengan un nivel cultural más o menos alto. La familia, un club deportivo, una clase social, un partido político, una confesión religiosa, un país… La vinculación emocional con cada uno de estos círculos asociativos tiene un peso específico diferente según las personas y el momento vital que se experimenta, pero lo cierto es que la identificación con el propio pueblo y la propia tierra, con unas tradiciones y una manera de ser y de actuar determinadas, es un factor que nos configura tan íntimamente, que de manera instintiva, si alguien nos ataca en estos elementos constitutivos de nuestra identidad, reaccionamos inconscientemente defendiendo sin miramientos lo que para nosotros es esencial.
Me parece evidente que, en todo lo que se está viviendo en Cataluña y España desde hace tiempo, hemos rascado y excavado en capas muy profundas de una gran mayoría de los ciudadanos. En nuestro país, tanto los que nunca nos hemos sentido españoles como los que han dejado de sentirse así recientemente, hemos desconectado anímicamente de España como realidad política capaz de englobar y sostener un proyecto de futuro entusiasmador para nuestra tierra y nuestra gente. En Cataluña mismo y sobre todo en el resto del Estado, los que sienten a España como un marco nacional idóneo e históricamente indiscutible también para los catalanes, difícilmente pueden aceptar que ni siquiera se plantee la posibilidad de admitir la soberanía política del pueblo catalán y la viabilidad de la independencia de nuestro país. Entre unos y otros, mucha gente cansada y harta del interminable debate sobre el proceso catalán…
Circunstancias no buscadas ni queridas me han llevado a intervenir en diferentes medios de comunicación catalanes y españoles, y he tenido que posicionarme éticamente sobre el derecho inalienable del pueblo catalán a decidir en libertad el propio futuro político. Muchas personas, desde dentro y desde fuera de la Iglesia, me lo han agradecido; pero también, solo por este motivo, he tenido que escuchar insultos y descalificaciones de todo tipo hacia mi persona, y he constatado la incapacidad de demasiada gente de escuchar razonamientos y de aceptar un marco interpretativo que pudiera alejarse de ciertos parámetros considerados intocables. Creo que ha llegado el momento de desenmascarar los falsos «absolutos» y de aprender todos a ser menos viscerales y más flexibles. Solo relativizando las propias posiciones y escuchándonos recíprocamente, sin imposiciones ni afán de cambiarnos, podremos encontrar soluciones compartidas que nos podrán ir guiando hacia un nuevo escenario mejor para todos…

Cinto Busquet


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