Sexta reflexión: «Todos los pueblos, en Jesucristo, tienen parte en la misma herencia» (Ef 3,6)

En diversos lugares de Europa, el hecho religioso puede parecer destinado inexorablemente a convertirse en residual y marginal. De manera esporádica, las ceremonias religiosas cumplen una función social de embellecimiento externo de los sentimientos y de agregación de la gente en momentos fuertes y muy precisos de la vida. Sin embargo, para un número considerable de personas, Dios ha desaparecido del propio horizonte vital en el día a día.

Como cristianos, ¿hay que resignarse simplemente a tomar nota y a constatar la secularización de nuestra sociedad? ¿O más bien todo esto nos ha de empujar a vivir con más coherencia y radicalidad nuestra opción cristiana, a fin de ser mejores fermentos de evangelización? Ciertamente, lo que hemos recibido no es sólo para nosotros, sino para todos, y respetando plenamente la libertad de los demás de escoger o rechazar lo que crean oportuno, sabemos que el don que Dios nos ha hecho en la persona de Jesucristo está destinado a los hombres y mujeres de todas las edades, condiciones, culturas y épocas.

La Epifanía nos recuerda que Dios se quiere manifestar hacia afuera, que la Luz que nos llega desde Belén es para todos, independientemente de sus orígenes y creencias, y que muchas estrellas, grandes y pequeñas, cercanas y lejanas, continúan indicando el camino.

Pasan los estilos y se transforman los lenguajes. Instituciones y ritos tienen que adaptarse a los cambios, y en ciertos casos incluso tendrán que desaparecer. Pero si realmente Dios mismo se ha hecho uno de nosotros en Jesús, sin duda, el Maestro de Nazaret será hasta el fin de los tiempos la Luz del mundo entero.

Cinto Busquet
Puigcerdá, diciembre de 2013

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