Reconciliar lo irreconciliable


Reconciliar lo irreconciliable

He estado recientemente en Tierra Santa acompañando una peregrinación organizada desde la parroquia de Calella. Con la treintena de personas que íbamos, nos propusimos a la salida del aeropuerto de Barcelona no ir a Israel principalmente a visitar lugares, sino a hacer juntos una experiencia de Jesús Resucitado entre nosotros, dejándonos guiar por Él a lo largo de nuestro itinerario.
Han sido diez días muy enriquecedores espiritualmente, pero también estimulantes desde el punto de vista cultural y de reflexión sobre algunos aspectos de la actualidad política y social de nuestro mundo de hoy, visto desde la compleja situación de aquel pequeño país con tantos contrastes y tensiones aparentemente irresolubles. Palestinos e israelíes, árabes y judíos, cada uno de ellos con un relato a menudo opuesto de una misma historia, con unos objetivos a alcanzar unos y otros más bien irreconciliables. Heridas todavía abiertas de una parte y de otra, recelos y miedos tan arraigados que difícilmente parece que se puedan dejar atrás…
Y, sin embargo, en aquella tierra tan castigada a lo largo de la historia, desde hace dos mil años, un mensaje contundente de esperanza se dirige constantemente hacia todas las causas humanamente perdidas. La cruz, instrumento de muerte y de opresión de los fuertes sobre los débiles, por el amor inconmensurable de Cristo que la hace suya, se transforma en símbolo y camino para una verdadera fraternidad, capaz de vencer y transformar los odios y los enfrentamientos más viscerales y terribles. Para los seguidores del Crucificado-Resucitado, no existen conflictos que no puedan ser superados ni incompatibilidades que no puedan ser neutralizadas.
Con mis compañeros de viaje hemos rezado por la paz en el Golán, a pocos kilómetros de la frontera de Israel con Siria, y hemos recordado con tristeza a las muchas víctimas de la violencia en aquellas tierras y en otras partes de nuestro planeta. Y nos hemos sentido privilegiados por vivir en el país en el que nos ha tocado vivir, donde las armas ya hace tiempo que han callado y las disensiones políticas y nacionales deberíamos poder resolverlas con las urnas, la negociación leal y el diálogo.
Para quienes creemos en la victoria definitiva del Justo Sacrificado, ahora es el momento, también aquí en nuestra tierra, de ultrapasar atrincheramientos y de ver que, si nos lo proponemos y lo queremos, a pesar de que ello comporte perder quizás en parte nuestras posiciones, es factible encontrar una solución justa para todos, aunque los sentimientos y los pensamientos aparezcan como irreconciliables.

Calella, 12 de mayo 2017

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