Quinta reflexión: «El amor, vínculo de perfección» (Col 3,14)

Dios, para darse a conocer como Amor y para conducirnos a la plenitud del Amor, escogió libremente hacerse uno de nosotros en la persona de Jesús. Amar significa compartir y hacer camino juntos, y por eso quiso como hombre aprender qué quiere decir amar, formando parte de una familia donde fue descubriendo los innumerables matices del arte de amar y dejarse amar. Nazaret fue para Jesús una escuela de vida. Con María y José, relacionándose con sus parientes, fue creciendo en edad y sabiduría, sostenido por el afecto y el acompañamiento de los suyos.

La Sagrada Familia es el icono más sublime de lo que todas las relaciones humanas están llamadas a ser, cuando la reciprocidad del amor genera la presencia de Dios mismo en medio de personas que se quieren. Todas las familias y las comunidades que se quieran llamar cristianas, y la Iglesia en su conjunto, han de reflejarse en la familia de Nazaret para entender cuáles son las dinámicas relacionales que hacen posible que Jesús se haga presente entre nosotros

El amor es el núcleo del mensaje cristiano, y ser capaz de amar y de ser amado es lo que desea y añora todo corazón humano. Por ello, en un tiempo donde cuesta tanto a los jóvenes comprometerse para siempre constituyendo una nueva familia, debemos tener el coraje de explicar con más clarividencia cuál es la propuesta que hacemos desde la Iglesia a las parejas y a las familias: optar por un camino de crecimiento en el amor, fiel y correspondido, en el que Dios, fuente de todo amor, fortalece y perfecciona los vínculos de amor; porque donde recíprocamente nos queremos, Él mismo viene ahí a vivir.

Cinto Busquet
Puigcerdá, diciembre de 2013

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