Puertas siempre abiertas

Se cierra el Año de la Fe en la Iglesia católica. Ha sido un tiempo especial de gracia para profundizar y tratar de compartir más eficazmente nuestra fe, teniendo más en cuenta la complejidad y los nuevos retos del mundo en el que vivimos. La impresión que queda es la de un trabajo recién empezado. Cerramos un Año explícitamente dedicado a la Fe, pero necesitamos seguir abriendo muchas puertas si queremos que más personas, también entre las que tenemos muy cerca de nosotros, puedan descubrir o redescubrir qué quiere decir creer en sentido cristiano.

No necesitamos ir demasiado lejos para darnos cuenta de que lo que más nos hace tambalear como Iglesia, en nuestro contexto europeo, es probablemente el debilitamiento y el ofuscamiento de la fe en una buena parte de las personas que frecuentan, con más o menos intensidad, nuestras actividades eclesiales: padres que llevan a sus hijos a la catequesis o a escuelas católicas, adolescentes y jóvenes estudiando en nuestras instituciones educativas, asistentes a funerales, bautizos, primeras comuniones o bodas.

Muchos creen que algo debe haber más allá de la pura materia, pero no son tantos los que han hecho experiencia personal de Dios como Alguien que ilumina su vida. Muchos son los que reconocen a Jesús como uno de los grandes maestros espirituales de la humanidad, pero muchos menos los que le confiesan como Señor Resucitado. La función social y cultural de la Iglesia es apreciada, pero su mediación sacramental es muy poco entendida y valorada.

La «puerta de la fe» parece excesivamente estrecha y poco accesible para demasiada gente. Y sin embargo, si vivimos de manera coherente y acogemos sin distinciones con corazón fraterno, cuando menos nos lo esperamos, constatamos que seguimos haciendo posible que hermanos nuestros se abran a Dios y se acerquen a Jesús y a su Iglesia. Como ha dejado escrito Benedicto XVI, «lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y en el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera» (Porta fidei 15).

Somos cada uno de nosotros una puerta abierta que puede introducir a una vida iluminada por la fe: una puerta que respetuosamente invita a entrar en aquel espacio vital donde puede ser activado y acogido el don de la fe. No nos sentimos extraños ni amenazados en una sociedad que no nos comprende fácilmente. Como nos ha recordado el papa Francisco, «la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (Lumen fidei 34).

Cinto Busquet
Puigcerdà, noviembre 2013

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