Libertad, igualdad, fraternidad

En los tiempos convulsos y complejos que vivimos en nuestro país, los cristianos estamos llamados a promover el diálogo y el respeto recíproco entre las personas y las distintas partes en conflicto. El bien máximo de la convivencia pacífica y de la cohesión social en la sociedad catalana, así como la defensa de unas relaciones justas y armoniosas entre las instituciones catalanas y las españolas, son criterios de discernimiento objetivos que nos ayudan a cada uno a realizar nuestras opciones políticas consciente y responsablemente. Ciertamente, debemos respetar la diversidad de las perspectivas y de las posibles posturas ante las diferentes problemáticas; no obstante, existen algunos valores fundamentales en los que los que nos profesamos cristianos deberíamos coincidir plenamente, independientemente de nuestros sentimientos nacionales o de nuestros intereses particulares.
Jesús de Nazaret, tal y como lo testimonian los Evangelios, se opuso a una observancia ciega e incondicional de la Ley y no temió enfrentarse públicamente a los poderes establecidos, cuando estos no estaban al servicio de las personas, sino que se aprovechaban de ellas. Un cristiano, fiel a su Maestro y coherente con su fe, nunca puede justificar las violencias gratuitas ni las injusticias evidentes en nombre de ninguna legalidad, aunque haya jueces y políticos que las consideren necesarias para mantener el orden establecido. Existen unos derechos naturales de las personas que deben fundamentar las leyes y que, en el caso de que estas o su aplicación los contradigan, legitiman moralmente su desobediencia.
La libertad y la igualdad de todos los ciudadanos, responsables de sus opciones individuales y colectivas, es un principio superior a cualquier Constitución, y por tanto, el derecho de los catalanes a decidir libremente su futuro político está por encima de la «indisoluble unidad de España» que tan asumida tienen muchos españoles. Y la fraternidad como estilo de relación es el horizonte incuestionable para los que creemos que Dios es Padre de todos y que cualquier estructura social o política debe basarse en el reconocimiento de la libertad de las personas a formar parte de ella o no.
Hemos visto numerosas personas golpeadas indiscriminadamente por el solo hecho de defender las urnas y querer votar. Hemos visto el encarcelamiento de personas honorables y pacíficas. Hemos visto con mucha tristeza demasiadas personas que aplauden estos hechos. Ante esto, los cristianos, independientemente de que nos sintamos catalanes o españoles, seamos monárquicos o republicanos, tendríamos que anteponer a cualquier toma de posición política los valores profundamente evangélicos de la libertad y la igualdad de los ciudadanos y la fraternidad entre las personas y los pueblos.

Cinto Busquet


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