Juntos contra nadie

Desde que el proceso hacia el pleno reconocimiento de la soberanía nacional catalana se aceleró exponencialmente con la masiva manifestación del 11 de septiembre del año pasado, el consenso entre los ciudadanos de Cataluña de la necesidad de una consulta válida y reconocida sobre el futuro estatus político del país se ha consolidado de una manera clara e indiscutible. La movilización popular de este año con la Vía Catalana hacia la Independencia, que ha unido el litoral catalán de norte a sur animando a gente de todo el territorio, ha enviado un mensaje inequívoco de la voluntad de muchos catalanes de unir esfuerzos para llevar a cabo este proyecto compartido.

Ciertamente, también dentro de la Iglesia como dentro del conjunto de la sociedad catalana, las opiniones son diversas sobre la conveniencia de que Cataluña se constituya o no como un nuevo Estado independiente dentro de la Unión Europea; ahora bien, es un hecho incuestionable que una buena parte de la población lo desea y que una mayoría muy amplia exige el derecho a expresarse y a decidir en referéndum sobre el tema.

Ante estas aspiraciones legítimas, los cristianos, seamos de donde seamos y tengamos el parecer que tengamos sobre la vinculación política de Cataluña con España, siempre nos deberíamos caracterizar, tanto a nivel catalán como español, por ser promotores de un diálogo franco y respetuoso entre todas las partes implicadas, un diálogo que, dejando de lado visceralidades nacionalistas e imposiciones unilaterales, haga posible que las justas reivindicaciones del pueblo de Cataluña sean escuchadas y acogidas serenamente por los ciudadanos de todo el Estado y sus gobernantes.

Centenares de miles de manos se han unido en la cadena humana que ha atravesado el país este 11 de septiembre. Un potente símbolo del hecho que es la colaboración y no el enfrentamiento lo que sacará adelante lo mejor para todos: manos que libremente se ofrecen, se acogen y fraternalmente se estrechan.
A lo largo de los siglos, el nacimiento de nuevos Estados y el cambio de líneas fronterizas desgraciadamente han ido a menudo acompañados de conflictos y violencias. En la Europa del siglo XXI, felizmente, disponemos de los suficientes mecanismos democráticos para canalizar las transformaciones de las estructuras políticas a través del diálogo, de los acuerdos y de las urnas.

El proyecto de una Cataluña soberana, dentro o fuera de España, no es insolidario ni agresivo. Busca una mejor concordia y una justicia mayor en las relaciones entre Cataluña y España. Si esto lo conseguimos explicar bien, deberíamos encontrar sin duda más comprensión y empatía también en muchas personas que aman a España como patria.

Cinto Busquet
Puigcerdà, septiembre 2013

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