Hermanos, sí, pero ¿cómo?

Hay algunas palabras que, a pesar de poseer originariamente una fuerte significación, en ámbito eclesial han perdido capacidad comunicativa por el gran uso que de ellas se ha hecho y se hace. Una de estas palabras es «hermano» con todas las variantes: fraterno, fraternidad, hermandad.

En la reciente visita de Benedicto XVI a la sinagoga de Roma, el concepto de fraternidad, aplicado a la relación entre judíos y cristianos, ha sido el eje vertebrador de las intervenciones del Papa y del gran rabino, Riccardo di Segni. Haciendo suyas las palabras de Juan Pablo II ante el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén en el año 2000, el papa Benedicto ha renovado en el nombre del pueblo cristiano el compromiso de querer «vivir una fraternidad auténtica con el pueblo de la Alianza». A pesar de poseer un gran patrimonio espiritual en común y rezar al mismo Señor, ha reconocido que a menudo todavía se desconocen, y por eso es necesario trabajar para que «permanezca siempre abierto el espacio del diálogo, del respeto recíproco, del crecimiento de la amistad, del testimonio compartido».

Mencionando la conflictividad entre hermanos en algunos de los relatos del libro del Génesis, el rabino Di Segni ha dejado bien claro que no basta con declararse hermanos. Hay que ser conscientes del pasado con sus luces y sus sombras, y no deben ser ignorados los problemas pendientes y las incomprensiones; de todos modos, sobre todo «son las visiones compartidas y los objetivos comunes lo que debe ser puesto en evidencia»: la protección de la Creación, la santidad de vida, la dignidad y la libertad de la persona, la justicia, la misericordia. La fraternidad, pues, no quiere decir que todo vaya ni haya ido bien, sino que todo puede ir bien, si nos perdonamos los errores pasados y si creemos en un futuro esperanzador por el que trabajar juntos.

Renzo Gattegna, presidente de las comunidades judías italianas, ha precisado en una entrevista que «cuando nos consideramos hermanos, hay aceptación total del otro; por lo tanto, a pesar de mantener cada uno su propia identidad, estamos unidos por el amor, el afecto y la consideración».

Con los de dentro y con los de fuera de la Iglesia, con los que están más cerca y con los que parecen estar más lejos, tal vez ésta debería ser nuestra principal tarea como cristianos: mostrar cómo puede cambiar el mundo y cómo podemos mejorar las personas cuando vivimos hasta el fondo con todo el mundo la fraternidad.

Cinto Busquet
Roma, enero 2010

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